El IVA y la naturaleza

Por Antonio Valero

Cuando pagamos la factura eléctrica, llegamos al acuerdo implícito con la compañía suministradora de que la contaminación generada es un problema suyo. Al pagar por el servicio, incluimos las responsabilidades contaminantes que toda su producción haya generado. Mientras que el IVA se va repercutiendo en producto tras producto hasta alcanzar al usuario final, el endose de responsabilidad por el impacto ambiental sigue la dirección opuesta: del usuario final al suministrador, de éste al productor y éste, hasta el principio de la cadena…lo endosa al Estado, que no responde mas que a cosas muy ostensibles. Así que las responsabilidades se difuminan. Lo óptimo es que nadie pague y la naturaleza no reclama derechos.

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Comprar alimentos, ropa, vivienda, transporte, educación, sanidad, defensa o cultura tienen impacto ambiental implícito. Las sociedades primitivas asociaban la riqueza a lo que su entorno les daba. Un año lluvioso o la ausencia de catástrofes naturales implicaba prosperidad. Una mala gestión de sus tierras llevaba a la ruina. Proteger y protegerse de la naturaleza eran la clave de la supervivencia. Conforme la sociedad se ha ido complicando, la gente nos hemos ido alejando de la naturaleza, ya no tenemos que luchar contra los elementos, y estos nos afectan más remotamente. El efecto de nuestros deseos no se ve reflejado en el impacto ambiental que generan, así que mientras exista alguien que esté dispuesto a satisfacerlos a cambio de dinero, la moderación en los deseos atenderá a razones económicas no a razones naturales. Al alejarnos de la naturaleza hemos perdido esa sabiduría que nos indicaba cuáles eran los límites de explotación del entorno natural que nos permitía sobrevivir de una forma sostenible con él. Hoy somos ignorantes y lo que es peor no queremos saber. Conocer el impacto de nuestras actividades más cotidianas sobre la naturaleza se ha convertido en algo tabú. No vale la pena conocer el horror y lo desagradable. Ya pagamos por los servicios, que nos los venden pulcros y exentos de culpa. Es como si cada vez que comemos carne tuviéramos que ver al animal siendo sacrificado, con la sangre, sus gritos y con el conocimiento de los detalles del “proceso” que ha llevado al animal desde el campo hasta la mesa. Hoy la matacía del cerdo nos parece de mal gusto. Esa sabiduría del cazador que pide perdón a Dios -a la Naturaleza- y al animal porque le permite sobrevivir un día más, ha desaparecido en nuestra sociedad. La carne viene asépticamente envuelta en una bandeja de plástico, refrigerada y libre de responsabilidades. No queremos saber cuántos litros de petróleo, cuánto forraje, cuántos fertilizantes, cuánto impacto ambiental en suma, han sido necesarios para convertir esa parte de naturaleza en algo comestible.

El problema no es ver el lado oscuro de la vida sino percatarnos de que nuestro progreso social se está oscureciendo cada vez más y que no lo queremos ver. La cantidad de energía, espacio natural y materiales que tenemos que remover es progresivamente mayor, pero cada vez existen más empresas, organismos y gobiernos interpuestos que diluyen nuestra responsabilidad como consumidores finales. A medida que se industrializan los procesos, mejora su eficiencia, pero se alarga la cadena productiva y se produce más de lo necesario y aparece el despilfarro. Así que gradualmente la riqueza de un país va perdiendo la memoria de su consumo de recursos. Y con la prosperidad, los excesos se dispensan, y todo se vuelve relativo, excepto la inexorable cuenta atrás de los recursos naturales. Además, con la globalización, si un país importa cemento o aluminio no tendrá que preocuparse de los efectos contaminantes que provoca su producción, ni tendrá que crear una legislación especial o hacer excepciones. Pagar por las materias primas es más limpio, está exento de complicaciones legislativas y de responsabilidad medioambiental. ¿En qué dirección va el IVA natural?

Artículo «El IVA y la Naturaleza» de Antonio Valero Capilla, Director de Instituto Circe de la Universidad de Zaragoza y Miembro Pleno de The Club of Rome.