Alicia Valero en BBC Mundo: «La escasez que vivimos es solo un aviso de lo que vendrá si no conseguimos cambiar el modelo económico»
Por Cristina J. Orgaz para BBC Mundo
Se acerca el Black Friday, la jornada de descuentos y compras en las que millones de personas desbordan las tiendas en Estados Unidos y otros países, y sobre la fecha se cierne la sombra de la escasez. Lo mismo ocurre con las Navidades.
Las estanterías, físicas o virtuales, podrían no estar tan abastecidas como otros años o los tiempos de espera podrían ser más largos de lo habitual, advierten los expertos.
Para Alicia Valero, profesora titular en el Departamento de Ingeniería Mecánica de la Universidad de Zaragoza y jefa del grupo de ecología industrial del Instituto CIRCE, la voracidad humana por las materias primas es en parte culpable de todo esto.
La crisis energética, los atascos en las cadenas de suministro y el cierre de fábricas durante la pandemia tienen para ella un denominador común: no hay recursos suficientes y esto va a crear serios problemas de abastecimiento en un futuro no muy lejano.
«Desde los años 70 hemos entrado en un gasto de déficit ecológico. En una generación consumiremos el doble que hoy y en 25 años habremos consumido tanto como en toda la historia del ser humano», dice esta experta en eficiencia energética y ecología industrial.
Y como ejemplo pone que la falta de un solo componente está parando la producción de fábricas enteras de autos o de electrodomésticos.
En esta entrevista nos explica qué está pasando.
La población aumenta con una tasa del 1% anual y la falta de recursos se acentúa en torno a un 3% cada año. ¿Estamos abocados a una escasez permanente?
El problema está en que no podemos seguir basando la economía en el concepto del usar y tirar. Si seguimos por este ritmo de consumo exponencial, sí que estamos abocados a una escasez continua.
Si la población aumenta más o menos el 1% anual, pero las aspiraciones de cada individuo son la de consumir el triple, más o menos, estamos agotando los recursos a una tasa muy alta.
La forma en que extraemos los recursos desde principios del siglo XX nos lleva a pensar que hay bastantes materias primas que dentro de no muchos años tendrán un gran problema de suministro.
Hasta que no frenemos drásticamente esa curva de crecimiento continuo, vamos a seguir teniendo problemas de desabastecimiento de absolutamente todo.
Para revertir esta situación, hay que repensar el modelo. Para empezar, los productos tienen que utilizarse durante mucho más tiempo y tienen que estar pensados para ser recuperados al final de su vida útil.
Entonces, ¿el periodo de escasez en las tiendas que atravesamos ha llegado para quedarse? ¿Debemos acostumbrarnos a no encontrar lo que buscamos?
El coronavirus ha acentuado los problemas. Mientras estábamos confinados, nos dio por comprar muchos aparatos electrónicos para estar entretenidos y conectados. Pero muchas fábricas tuvieron que cerrar debido a problemas de contagios, lo que redujo la oferta.
A esto se ha sumado los cuellos de botella en la cadena de suministro. Estamos viendo cómo los barcos han sufrido colapsos y quizás también un poco de desorganización. Por lo tanto también hay problemas con las mercancías.
Todo esto unido al alto precio de la de los combustibles fósiles y de la electricidad ha provocado que hoy por hoy tengamos probablemente que renunciar a determinados electrodomésticos, consolas, muebles o textiles.
Pero esto es solo la punta del iceberg.
¿Por qué?
Porque si sigues investigando esos problemas puntuales, te das cuenta que realmente el problema de raíz es el desabastecimiento de las materias primas y así llevamos meses viéndolo por ejemplo, con los microchips de los vehículos.
Pero no solo de los vehículos eléctricos, sino de todos. Muy pocas fábricas son capaces de suministrar esos microchips, pero empezamos a oír que ni ellas pueden producirlos porque les falta suministros. Hay un desabastecimiento de materias primas.
La transición energética mundial en la que sustituimos los combustibles fósiles por energías renovables ha llevado a una menor inversión en el descubrimiento y explotación de nuevos yacimientos y esto se ha traducido en un aumento de los precios del gas y del diésel.
Y eso influye también, por ejemplo, en la producción de materias primas para la construcción.
Entonces está todo absolutamente relacionado con todo.
Hay que entender que a medida que agotamos los yacimientos, lo que ocurre es que se va encareciendo el proceso de producción: cuesta mucha más energía, mucha más agua, las empresas causan mucho más daño ambiental para extraer la siguiente unidad de producto.
Los recursos naturales tienen que ser muchísimo más caros.
Ahora mismo vemos cómo los precios han subido. Están por las nubes, pero es que deberían estarlo incluso mucho más porque son recursos escasos.
¿Crees que la sociedad está concienciada de que la Tierra tiene límites, de que los materiales pueden agotarse?
Está claro que hasta ahora no había conciencia. Parecía que todo era abundante y que comprábamos un artículo por internet y al día siguiente lo teníamos en casa.
De momento parece que todo que sigue así, aunque empezamos ya a detectar que las cosas no son infinitas.
Como dice mi padre, vivimos en un planeta finito, con deseos infinitos y esto no es sostenible. No ha habido conciencia en el pasado, pero poco a poco estamos viendo las orejas al lobo.
Los yacimientos son los que son y si seguimos extrayendo minerales a este ritmo, pues habrá problemas de desabastecimiento más pronto que tarde.
¿Cuáles son las predicciones?
Hemos detectado que para las estimaciones más optimistas de recursos minerales, los picos de gran parte de los elementos de la tabla periódica se alcanzarán antes de que acabe este siglo. Eso parece que son muchos años, pero qué son 60-70 años en la historia de la humanidad.
El problema es que si consideramos las reservas, es decir los yacimientos que existen y que podemos extraer de forma económicamente viable, los picos máximos se alcanzarán unos lustros antes.
¿Significa eso que vamos a agotar todas las minas?
No, no, porque seguir extrayendo será tan caro que se encontrarán minas sí, pero es probable que no sean económicamente viables con la tecnología de la que disponemos actualmente.
¿Qué cosas nos van a faltar en el futuro?
Te puedo decir cuáles son los elementos que nosotros hemos detectado que pueden estar en riesgo de no poderse suministrar al ritmo que se que se necesita hoy en día.
Dentro de estos materiales, pues encontramos elementos que son tan comunes como por ejemplo el cobre, que es fundamental para la electrificación, pero también otros elementos comunes, como por ejemplo el plomo.
También faltarán elementos que son muy importantes para las baterías y que por supuesto van a ser fundamentales para los coches eléctricos. Hablamos de litio, del cobalto, del manganeso o del níquel.
Faltarán elementos muy importantes para el despliegue de las energías renovables, como por ejemplo el teluro o el cadmio, que son fundamentales para los paneles fotovoltaicos, al menos para los más eficientes de última generación.
Hay elementos como el tántalo o el estaño que son fundamentales para la electrónica, para los microchips que están dentro de los condensadores, y ¿quién no tiene algo electrónico? Todos tenemos un teléfono móvil en el bolsillo. Para fabricarlos se necesitan esos dos elementos.
Otros minerales en riesgo son el galio o el indio. Ambos son fundamentales, por ejemplo, para la iluminación eficiente, los LEDs, pero también el indio, por ejemplo para que nuestros teléfonos sean táctiles y podamos movernos por las pantallas.
Si seguimos extrayendo de manera exponencial todos los elementos de la tabla periódica, tarde o temprano algo que ahora es abundante acabará siendo escaso.
¿La recuperación de materiales podría ser parte de la solución para revertir está curva de gasto exponencial?
Sí, desde luego que hay que ir hacia lo que se denomina la economía circular, aunque teniendo en cuenta que los límites termodinámicos nos impiden reciclar absolutamente todo.
Generamos basura electrónica continuamente, que se está apilando y que está generando daño medioambiental.
Deberíamos hacer uso de esa basura electrónica para disminuir o al menos tratar de atenuar el volumen anual de extracción de materias primas.
¿Cómo?
Aquí viene el problema.
Como no hemos pensado en el fin de vida de las cosas, no están diseñadas para poder ser recicladas. Por ejemplo, un teléfono móvil contiene 40 elementos en cantidades de miligramos o incluso nano gramos que son imposibles de reciclar funcionalmente y por lo tanto se pierden.
No hay modularidad en el diseño, no hay estándares que permitan recuperar los materiales escasos. Y esto es un problema gravísimo, porque si hay materiales que escasean, de algún sitio hay que sacarlos.
¿Para esto necesitaríamos un compromiso de las empresas, las industrias y los gobiernos no?
Si, pero primero necesitamos que la ciencia investigue tecnologías de separación. Vemos contantemente avances científicos con nuevos materiales, pero no hay avances científicos en la separación de los materiales.
Después de eso hay que invertir en grandes plantas que sean capaces de, con esta ciencia y tecnología, tratar de recuperar al máximo los materiales de los aparatos electrónicos. Las empresas, quizás obligadas por los gobiernos, tienen que hacer que esos productos sean modulares, robustos, fácilmente reciclables.
¿Qué países sufrirán más la falta de materiales y quienes serán los que menos?
Es que como estamos en un mundo globalizado, todos vamos a sufrir los problemas.
El más preparado para hacer frente a todo esto es China. A pesar de que también va a tener dificultades. Pero el gigante asiático tiene las grandes fábricas que no hemos querido tener en Europa porque contaminaban y porque además se producía de forma barata en China y así pues nos ahorramos la mano de obra.
Y luego, además, China tiene multitud de yacimientos en su propio territorio. Y si no tienen los recursos, compran cantidades de terreno ingentes, con minas en Latinoamérica o en África. Y si no tiene las minas, tiene el control de lo que producen otros, porque al final refina esos elementos y luego los vende al resto del mundo.
Así que Estados Unidos ha perdido la hegemonía hace tiempo.
Ahora la hegemonía del mundo no se mide por el número de misiles que tiene un país. Se mide por el número de materias primas que controla y, sin duda, China es desde hace ya varios años o décadas el primero del mundo en este sentido.