Como si… ¡Cómo no!
Por Antonio Valero
El coronavirus lo ha cambiado todo. La arrogancia del poder y del dinero han caído al enfrentarse con la forma más elemental de vida. Hoy más que nunca necesitamos la investigación. Nos damos cuenta de que las apariencias no sirven cuando tratamos de enfrentarnos con los hechos. España ha jugado durante mucho tiempo al ‘como si’. A los investigadores nos microfinancian la investigación ‘como si’ nos pagaran para irnos de viaje a congresos y poco más, porque no hay dinero para mantener laboratorios y talleres. Esperan de nosotros ‘como si’ hiciéramos funciones de secretaría, contabilidad, promoción y ventas. Nos mantienen el estatus universitario ‘como si’ fuéramos imprescindibles maestros de primaria, así que no hay dinero para formar a nuevos investigadores. Nos imponen planes de estudio ‘como si’ solo importara que expidiéramos títulos.
Trabajo de investigación en un laboratorio. Pixabay
En consecuencia, publicamos para mejorar el currículo ‘como si’ hiciéramos investigación trascendente. Como nos pagan un poco más por publicar y no por haber creado, tenemos inflación de publicaciones. Se confunde calidad con acumulación. Tanto la derecha como la izquierda mantienen la actividad científica ‘como si’ creyeran en ella, y solo se acuerdan cuando llueve un coronavirus cualquiera, de unos 300.000 que sabemos que existen agazapados. Nuestra sociedad se ‘flash-maravilla’ de vez en cuando con nosotros ‘como si’ hubiéramos resuelto los problemas del mundo mundial. Nadie tiene claro quiénes somos ni para qué estamos.
España no cree en sus científicos-tecnólogos. No aspira a tener premios Nobel ni a jugar un papel relevante en el futuro del planeta. Lo ha demostrado en los últimos 115 años. Desde Cajal, ni un solo científico trabajando genuinamente aquí lo ha conseguido. ¿Somos inválidos o invalidados? Ninguna empresa del Ibex ha nacido en las universidades españolas. ¿Ingenieros o ingenuos? España no tiene ‘altomirantes’ que miren alto y lejos. Si te doy poco, te exijo poco. Ni la sanidad ni la educación se resienten en el corto plazo, así que los recortes, uno tras otro, no se habían notado. Somos vocacionales, no trabajamos por dinero, y lo saben. En los últimos años el sistema educativo y el sanitario se han mantenido en su mínima expresión. Plantillas cada vez más exiguas y envejecidas, con una burocracia asfixiante y castrante, porque en el fondo, desconfían. De tanto bajar la frente, hay ya pocos ideales que nos conmuevan. Con lo que cobra Messi en un año, se podría pagar a 3.500 investigadores jóvenes que, con la pandemia, ¡bien que los necesitaríamos! ¿Os imagináis que los deportistas españoles pasaran la mayor parte de su tiempo moviendo papeles en vez de entrenarse y jugar? España es irrelevante en la primera división del conocimiento. Y no es posible dejar que todas las novedades provengan de fuera. Es necesario aumentar la autosuficiencia. Lo barato sale caro cuando contamos los costes ocultos que no podemos controlar. La crisis del coronavirus lo ha demostrado. Falta liderazgo y el conocimiento científico se sustituye por intuiciones improvisadas de los líderes políticos.
El mundo sigue teniendo problemas irresueltos, como la rápida degradación de los recursos del planeta, el cambio climático o las infinitas desigualdades sociales. Hoy se añade la necesidad de un mayor conocimiento de las complejidades de la vida. La naturaleza se ha revelado y rebelado. La biodiversidad, que nos protegía de zoonosis, la estamos aniquilando. Matamos las sabandijas para criar carne, destruyendo el delicado equilibrio natural.
Solo la ciencia y los científicos pueden dar respuestas y soluciones. Pero hay que atenderlos. Y dejar el ‘como si’ atrás. La autoridad intelectual no es ni la del votado ni la del votante, sino la del científico, de ciencias duras o blandas, que, después de años de trabajo, tiene la sabiduría para iluminar, predecir los caminos de la prosperidad y prevenir los colapsos. Necesita tiempo, que no se le concede. El árbol de la ciencia no crece al día siguiente de plantarlo. El cortoplacismo está instalado en nuestra vida. Necesitamos una sociedad ilustrada, que discierna lo bueno, lo útil y lo bello. Que esté impregnada por el concepto de equilibrio en todas sus acciones. Si a toda acción se le opone una reacción, solo hacemos caso a las acciones que se cuantifican en dinero y no a las reacciones que se producen en la sociedad y en el planeta. Se necesita una nueva educación que interiorice el concepto de equilibrio e imponga una contabilidad que tenga en cuentas tanto el desarrollo económico como el deterioro planetario. Los jóvenes no se merecen un mundo peor. Una sociedad basada en la creación de conocimiento los necesita masivamente. ¡Cómo no!